Tres semanas transcurrieron ya desde la tragedia de la noche del 31 de marzo y la madrugada del 1º de abril en Mocoa. La ciudad vive sus días entre el polvo que se levanta por el tránsito de vehículos y personas y las lluvias que mojan el barro en las calles, recordando los flujos súbitos de los afluentes que pasan por la ciudad y que acabaron con la vida de más de 300 personas esa noche. Poco a poco las máquinas y los habitantes han venido removiendo los materiales de todo tipo que alimentaron la creciente de los ríos Sangoyaco y Mulato y que fueron arrastrados y se depositaron en vías, puentes y casas aledaños a sus cauces. Las explicaciones para la avalancha se encuentran en el avanzo de la deforestación en las montañas y el desconocimiento por las autoridades locales y nacionales de los riesgos anunciados por investigadores y los habitantes de la región.
Hasta el día 22 de abril datos recogidos por el Grupo de Gestión del Riesgo del Ministerio de Ambiente sumaban 236 personas muertas, 332 heridas, 79 desaparecidas, 4 mil 100 familias damnificadas, 45 mil pobladores afectados, sistemas de acueducto, alcantarillado y distribución eléctrica averiados y 361 edificaciones colapsadas. Gran número de los afectados es parte de la población indígena que vive en la ciudad, proveniente del mismo municipio o de otros sectores de la región y del país.
Según información publicada por la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) y la Organización de los Pueblos Indígenas de la Amazonia Colombiana (OPIAC) la población indígena damnificada suma 115 fallecidos de los pueblos Siona, Kofán, Inga, Kamentsá, Quillasinga, Pasto, Murui y Yanaconas, 90 desaparecidos, 300 familias damnificadas y 7 cabildos completamente destruidos por las avalanchas: Inga Mocoa, Musurrunacuna, Yanacona, Ichaiwasi, Pastos Gran Putumayo, Inga José Homero y Kamentsá Biya de Mocoa. Es particularmente crítica la situación de estos cabildos debido a la destrucción total de muchas de sus viviendas y de su infraestructura organizativa.
En el transcurso de los días posteriores a la avalancha ha llegado ayuda de emergencia por parte de diversos organismos gubernamentales y no gubernamentales. Asimismo, diferentes grupos de personas en el país y el exterior han aunado esfuerzos tendientes a auxiliar la gran cantidad de personas que, de alguna u otra forma, se vieron perjudicadas por la catástrofe.
Tal es el caso del Cabildo Kamentsá Biya de Mocoa, el cual tuvo que trasladarse a un albergue improvisado en una de las escuelas del barrio José Homero, al suroccidente de la ciudad. Allí han estado viviendo provisionalmente mientras encuentran otro lugar en el cual acomodarse y continuar su cotidianidad luego de la situación adversa que vivieron.
También es el caso de los indígenas provenientes de Descanse, Cauca, moradores del barrio San Miguel, uno de los sectores que fue totalmente destruido por las corrientes desbordadas esa noche. Ellos se están resguardando temporalmente en una casa aún en obras, en el barrio José Homero. Perdieron algunos de sus seres queridos y revelan en su piel las marcas de los golpes recibidos mientras eran arrastrados aguas abajo por la avalancha.
Enfocados en la población indígena en específico, un grupo de personas, liderado por la doctora María Ernestina Garreta Chindoy, indígena Inga oriunda de la región y quien ha acompañado diversas actividades del Proyecto Nueva Cartografía Social de la Amazonia en Colombia y Brasil, visitó algunos de estos cabildos, llevando alimentos, implementos de aseo, ropa, cobijas, colchonetas, utensilios de cocina y material para la construcción improvisada de albergues. Apoyo brindado por sus allegados y amigos, en especial la doctora Rosa Acevedo Marín, en Brasil, y el doctor Pedro Rodríguez, en Colombia, quienes replicaron y animaron a otras personas para que también contribuyeran en esta causa humanitaria.
Durante estas primeras semanas después de lo ocurrido queda claro que el paso a seguir apunta a recomponer las actividades productivas y buscar alternativas de vivienda para quienes perdieron sus comercios, empleos o casas. De la misma manera, la reconstrucción de los espacios colectivos de los cabildos indígenas destruidos y la elaboración del duelo por los seres perdidos como consecuencia de la avalancha. Procesos que se avizoran para el mediano plazo y que seguramente rebasarán las acciones de las entidades gubernamentales, ya de por sí cuestionadas por los propios ciudadanos, y que requerirán, por lo tanto, del concurso de los propios indígenas afectados y de las personas que se solidaricen con esta labor de reconstrucción.